Somos propensos a enmendar las conductas de los otros. No porque no se ajusten a la justicia y a la verdad, sino porque no coinciden con nuestras apreciaciones de lo que está bien o no lo está. Damos consejos, juzgamos y hasta nos atrevemos a dictar sentencias condenatorias basándonos únicamente en nuestros propios criterios o intereses. Con ello no conseguimos más que dañarnos a nosotros mismos. Mejor nos iría, en vez de estar tan pendientes de los demás, si nos mirásemos nosotros interiormente y corrigiéramos nuestros muchos defectos.
Juan 12, 44-50
En aquel tiempo, Jesús dijo, gritando: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que