Los creyentes tenemos la gran dicha de poder ser los más bienaventurados de los mortales. Nuestro Dios y Señor nos ha hecho herederos suyos. Es decir, que, si somos fieles a sus mandatos, disfrutaremos de todos sus bienes. Por eso nos produce inmensa alegría cuando estamos cerca de Él y no le defraudamos, sino que vivimos fielmente, según lo que nos tiene ordenado. En esto es en lo que estaría bien que empleáramos nuestras energías, porque es lo que realmente merece la pena en esta vida terrenal.
Mateo 5, 13-16
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la