Amar a los demás, como Cristo nos ha enseñado, es reconfortante. Nunca cansa. Al contrario. Infunde mayor vitalidad. Es como si cada obra buena que hacemos para los otros se transformara en un antídoto contra la fatiga. Cuanto mejor nos comportemos con los que nos rodean, más felices nos sentiremos. Cuanto más repartamos de lo que tenemos, más libres y alegres estaremos. Cuanto más demos, más llenos de paz estaremos.

Lucas 17, 7-10
En aquel tiempo, dijo el Señor: «¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando; le dice cuando vuelve del campo: “Enseguida, ven y

