Impide, Señor Padre Nuestro, que nos consideremos los mejores. Aleja de nosotros la tentación de creernos lo suficientemente preparados y fuertes para dar lecciones y para resolver todos los problemas. Danos un poco de calma para seguir avanzando, poco a poco, en el camino de la virtud, sin atajos y sin convulsiones traumáticas. Que el deseo de hacer el bien no nos ciegue llevándonos a convertirlo en mal por causa de nuestras irresponsables prisas de autocomplacencia espiritual.
Juan 20, 1-9
El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.