Entregarnos del todo. Sin reservarnos nada para nosotros mismos. Entregarnos por completo a Dios y a los hermanos. Esto es lo que se nos pide para ser cristianos comprometidos. Cuanto más cerca estamos de cumplirlo, más alegres nos sentimos. Porque de esta manera es como glorificamos a nuestro Señor. Las otras alegrías, las mundanas, son efímeras, se van de la misma forma que llegan y no dejan más que sinsabores. En cambio, la alegría del buen cristiano no se marcha nunca, sino que se queda y va aumentando en cada obra nueva que emprende para cumplir el mandato de Jesús.
Mateo 5, 13-16
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la