Nos falta la inocencia de los niños pequeños, la humildad de las gentes más sencillas, el desprendimiento de los que nada tienen ni desean. Nos sobra arrogancia, soberbia y egoísmo. Nos reconocemos a nosotros mismos como los mejores. Por ello no entendemos tantas cosas que Tú, Señor, solamente revelas a los que se despojan de sus vanidades. Danos, Señor, un poco de esa sencillez que necesitamos para poder entender mejor lo que quieres decirnos personalmente.
Mateo 28, 8-15
En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos. De