Pueden intentar destruir nuestra imagen lanzando contra nosotros injurias, mentiras o acusaciones sin base. La tentación que nos acecha siempre es responder a tales cosas con rotundidad, intentando defendernos personalmente porque nos sentimos obligados a dar la cara por nosotros mismos. En cambio, lo más prudente, lo más cristiano también, es guardar silencio, mantener la calma y que el tiempo, los otros o los propios difamadores se encarguen de restituir nuestra reputación.
Juan 13, 1-15
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los