María es madre. De Jesús y de todos nosotros, los que creemos en Él. Por eso su corazón es un volcán de amor, de entrega y de servicio. Es amada por Dios, y nosotros, sus mortales hijos, tenemos en su corazón un refugio permanente en el que nos sentimos seguros cuando nos rodean los peligros y donde encontramos el alivio a todas nuestras penas. Acudir al corazón de una madre tan especial nos da fuerzas para seguir caminando por la senda de que nos conduce a la salvación.
Mateo 5, 13-16
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la