La paciencia de Jesús con cada uno de nosotros es inmensa. Nunca nos da por perdidos, aunque cometamos las mayores barrabasadas. Siempre nos espera. Con paciencia y amor de padre. Porque por nosotros sufrió y entregó su vida. Sabe perdonarnos y olvida nuestras traiciones. A su ejemplo, seamos pacientes con los que nos caen bien. También con los que no son de nuestro agrado, incluso con los que se consideran enemigos nuestros. Nunca deseemos el mal a nadie, sino todo lo contrario. Procuremos ser buenos con todos, incluso con los que no lo son con nosotros.
Mateo 17, 10-13
Cuando bajaban del monte, los discípulos preguntaron a Jesús: «¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?». Él les contestó: «Elías vendrá