Nuestra conversión ha de ser permanente. Estamos bautizados y, por ello, llamados a vivir conforme se nos indica en el Evangelio: amar a Dios y al prójimo, pues éste es el mandato de Jesús. En definitiva, hacer el bien a todos y en todo lugar. También a nosotros mismos, siendo humildes, sinceros, limpios de corazón, generosos y abiertos al Espíritu. El Reino de los Cielos está en el corazón de los que creen en Cristo y son fieles a Él.
Juan 14, 7-14
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si me conocéis a mi, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis